DEVOLVER AL REMITENTE
Ildefonso Ruiz
Vergüenza absoluta
Monticello
La democracia en USA se fundó sobre una desconfianza teórica frente a los partidos políticos, organizaciones que encarnaban el espíritu de facción y cuya lucha particular siempre sería en detrimento de los derechos del pueblo. La práctica constitucional, sin embargo, no pudo nunca prescindir de los partidos, un mal necesario para el funcionamiento pragmático de la democracia. No obstante, al contrario de lo que ocurriría en Europa, el sistema de partidos en USA quedaría ya dibujado en el siglo XIX. Es ahí donde hunden sus raíces el partido republicano y el demócrata. Dos tradiciones que, eso sí, han sufrido mutaciones constantes desde su fundación. El partido republicano es producto del antiesclavismo, al que debe su prestigio moral. Suya es, mediante Lincoln, la paternidad del nuevo pacto que supone el fin de la Guerra Civil y la Reconstrucción. La verdadera irrupción del We the people of the United States. El republicano fue, hasta el New Deal, el partido de la industrialización y, digamos, el del progresismo. Su viraje como partido conservador será paralelo al centralismo de Roosevelt y al protagonismo posterior de los demócratas en los Derechos Civiles. Será Reagan quien culmine esa transformación de los republicanos en un partido liberal-conservador que aspira a su vez a devolver el poder a los Estados y limitar el Gobierno federal. No obstante, como vimos en candidatos como McCain o Mitt Romney, el paradigma patriótico de Lincoln, la pasión por la unión, perduró en el partido como identidad genética. Con su extraordinaria victoria contra todas las familias republicanas, Trump no sólo logró la presidencia de los USA, sino que puso fin a la tradición republicana. El partido republicano es hoy sólo una nomenclatura para un proyecto personal y divisivo. La tradición del partido demócrata no es menos accidental. En ella pesa el pecado original del esclavismo, del racismo, sólo purgado tras el New Deal. De su inicial populismo democrático, como partido de los hombres comunes, blancos y del sur, frente a las élites, el partido demócrata ha transitado en la segunda mitad del siglo XX a partido de las minorías y de los derechos. En las elecciones más cruciales de la historia de los USA, este partido ha propuesto de candidato a un hombre anciano con serias dificultades para competir. Esto dice mucho de su decadencia interna, y plantea una posibilidad: que los dos partidos que han articulado la democracia norteamericana padezcan, por motivos diversos, ante la acción de un mismo hombre que sabe atacar sus cimientos.
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