Una ciudad de profunda historia y belleza proverbial como Sevilla ha de mantener un equilibrio entre las piedras seculares de sus monumentos y su vegetación. No podríamos concebir la urbe actual sin los abundantes naranjos agrios que pueblan calles y plazuelas, sin unos majestuosos ficus, sin las fantásticas jacarandas malváceas o los imponentes plátanos de sombra, sin sus árboles del amor explotando en rosa cada comienzo de la primavera, sin los elegantes y cada vez más escasos magnolios... La mayoría de estas plantas son reconocibles por sus espléndidas flores, pero también nos ofrecen unos sugerentes frutos que “incuban” entre sus pétalos unas semillas que nos permitirán admirarlas a lo largo de los tiempos venideros. Nos acercaremos a través de estas líneas a siete ejemplares de otras tantas especies y conoceremos de cerca unos artísticos frutos de otoño que conjugan con la prestancia de una plaza, con el oxigenante verdor de los jardines o con el arte y la historia de un monumento.
Comenzamos en el Parque del Alamillo, que nos conduce a gran parte de los madroños hispalenses, situándonos frente a uno de ellos y rememorando aquellos momentos en los cuales hemos probado unos maravillosos frutos rojos que pueden “emborrachar” por la aparición de sustancias alcohólicas cuando maduran y fermentan. Nos trasladamos al joven Parque de Magallanes, entre Sevilla y Triana, donde varias sóforas sostienen unas llamativas legumbres estranguladas a modo de cuentas de rosario. Atravesamos el Puente del Cachorro y llegamos a la Plaza del Museo, parándonos bajo un ficus de Bahía Moretón con objeto de contemplar en primer plano sus higuitos (siconos) en forma de trompos pedunculados, con los que jugábamos de niños haciéndolos girar como si de un juguete se tratara mientras el gran Murillo nos vigilaba desde su atalaya central. En la Plaza del Duque nos espera un venerable magnolio con frutos semejantes a piñas, ante la noble presencia del también pintor sevillano Velázquez. Nos dirigimos a la Plaza de las Mercedarias y ahí disfrutaremos de los sorprendentes frutos anaranjados a modo de farolitos de los jaboneros de la China que se ubican frente al convento de salesas de la Visitación. Salimos del casco viejo y andamos un buen trecho hasta llegar al comienzo del Puente de Triana, deteniéndonos al poco para observar tras la baranda de hierro unos pequeños higos redondeados entre las ramas de un par de portentosos laureles de Indias, cuyas raíces se incrustan en el Muelle de la Sal que acaricia el Guadalquivir. Por el Paseo de Colón y el de las Delicias arribamos a la asombrosa Plaza de América del Parque de María Luisa, nos colocamos junto a uno de los árboles del amor que la circundan y ojeamos las legumbres marronáceas que acompañarán en la primavera siguiente a sus hermosas inflorescencias rosadas. Así concluimos una ruta, abierta a otros senderos urbanos, que nos acerca a los ocultos pero deslumbrantes frutos otoñales de Sevilla.