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Jesús Vicioso
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Noviembre es el mes de concienciación de cáncer de pulmón, y veinte años después de identificarse la mutación del gen EGFR en el cáncer de pulmón no microcítico (CPNM), la medicina de precisión ha pasado de promesa a práctica clínica cotidiana. La transformación no ha sido solo terapéutica; ha empezado en el laboratorio de Anatomía Patológica y ha culminado en la consulta de Oncología Médica. “El cáncer de pulmón es hoy el paradigma de la medicina de precisión”, resume el Dr. Jesús Corral, jefe de Oncología Médica del Hospital Universitario de Jerez y presidente de la Sociedad Andaluza de Oncología Médica (SAOM). “Hace dos décadas la quimioterapia era prácticamente la única opción(1); hoy también hay tratamientos dirigidos(2)”.
El giro comenzó cuando se demostró que un subgrupo de tumores crecía impulsado por alteraciones en el Receptor del Factor de Crecimiento Epidérmico(3). “Fue un punto de inflexión porque cambió la manera de diagnosticar”, explica el Dr. Javier Luis López Hidalgo, jefe de Anatomía Patológica del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, en Granada. “Antes mirábamos el tumor al microscopio y clasificábamos por su aspecto; ahora además buscamos la alteración genética que está detrás. Es como pasar de decir ‘hay tos’ a identificar la bacteria que la causa y, con ese dato, poder recetar el antibiótico exacto”. Esa información genética ha convertido a EGFR en un biomarcador que no solo describe un tumor, sino que anticipa la respuesta y guía el tratamiento desde el primer día(3).
La revolución tecnológica ha sido la otra mitad del cambio. “Hemos pasado de técnicas dirigidas a una o dos mutaciones, como la PCR, a la secuenciación de nueva generación (NGS)”, señala López Hidalgo. “La NGS es como un escáner de alta resolución del ADN tumoral que, en una sola prueba, perfila múltiples genes relevantes(4). Eso evita cadenas de pruebas sucesivas, ahorra tiempo y optimiza el tejido”. Cuando el tejido falta o la biopsia es arriesgada, la biopsia líquida ha abierto una ruta menos invasiva(5). “Que podamos analizar ADN tumoral circulante en sangre ha sido crucial”, añade el patólogo. “Nos permite diagnosticar a pacientes frágiles, monitorizar la respuesta y detectar a tiempo mecanismos de resistencia que obligan a ajustar el tratamiento”.
“EGFR fue la puerta de entrada a los tratamientos dirigidos(6)”, recuerda Corral.
La selección terapéutica implica una lectura precisa de la biología tumoral y el contexto del paciente. “Sabemos que hay heterogeneidad dentro de EGFR y que las co-mutaciones importan(7)(8). La heterogeneidad del cáncer implica que la extensión y localización de la enfermedad pueden condicionar el manejo clínico y el pronóstico, y pueden determinar la necesidad de ajustar el tratamiento”. Para refinar esa elección, el patólogo y el oncólogo se sientan a la misma mesa con la clínica, la radiología y la genómica. “La clave está en que el informe sea integral y llegue a tiempo”, subraya López Hidalgo. “Nuestro trabajo empieza en el bloque de parafina, optimizando cada micra de tejido y eligiendo la mejor técnica. Sin una determinación molecular completa, la mejor terapia dirigida no llega al paciente”.
Respecto al impacto en la vida real, “estos fármacos han cambiado la conversación con el paciente”, admite Corral. "En consulta, los casos con determinadas alteraciones moleculares presentan cambios clínicos iniciales que pueden ser rápidos, y la evolución puede adoptar un curso prolongado en el tiempo", añade.
Quedan, sin embargo, retos en el horizonte. “Necesitamos garantizar el acceso universal y ágil a la Secuenciación de Nueva Generación (NGS) y a circuitos de diagnóstico molecular rápidos”, reclama López Hidalgo. “No todos los centros tienen NGS en cartera de servicios, y los tiempos de respuesta aún son mejorables; en cáncer de pulmón cada semana cuenta”. Corral coincide y mira más allá: “España es líder en ensayos clínicos(9), pero seguimos arrastrando retrasos en el acceso efectivo a fármacos(10). Hay una brecha que debemos cerrar si queremos que la innovación llegue cuando toca”. Ambos señalan a los datos como la próxima palanca. “Cuanto más sistemáticamente incorporemos resultados clínicos y moleculares, mejor podremos aprender de nuestras propias cohortes”, apunta el oncólogo. “La inteligencia artificial puede ayudarnos a estratificar en tiempo real las necesidades, y a anticipar resistencias antes de que se traduzcan en progresión”. Asimismo, Corral remata con la perspectiva de quien ve a la persona antes que al biomarcador.
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