De rosas, rosetas y rosarios jahencianos

TRIBUNA

El autor realiza un recorrido histórico por una oración pública mariana que tanto arraigo tuvo en la ciudad

Extracto del cartel del Rosario Magno.
Joaquín Cruz Quintás

03 de octubre 2025 - 06:00

Rosario y roseta comparten etimología. Si aquel significa rosaleda o corona de rosas (como ofrenda devocional a la Virgen), ésta alude a la similitud del grano de maíz tostado y explotado con una rosa mínima. El parecido con una paloma pequeña es mucho más rebuscado, pero hace mucho que la tele nos impuso el término palomitas, hasta el punto de que los más jóvenes ya apenas se inclinan por el vocablo jaenés.

Consideramos las rosetas tan de Jaén que rápidamente la asociamos a la noche en que la ciudad arde entre lumbres antiguas, hachones y equipaciones de Decathlon, pero algo similar podría ocurrir con los rosarios públicos o callejeros, como el que se va a celebrar este sábado.

Es evidente que el Rosario Magno hará honor a su atributo y, por tanto, su puesta en escena no será muy asimilable a la de los que se han celebrado en la ciudad durante siglos; pero no es menos cierto que esta forma de oración pública mariana ha sido el principal culto externo de las cofradías de Gloria jahencianas a lo largo de los siglos, con mucha ventaja sobre las procesiones. Y las cofradías de Gloria eran mucho más numerosas (muchísimo más) que las de Pasión.

El rosario tiene un origen dominico, y enraíza su tradición de siglos en la leyenda de Santo Domingo, a quien se le habría aparecido la Virgen con tres ángeles para convencerlo de que menos flagelaciones y más confiar en Ella por medio de la oración. Es la idea de María de Nazaret como Corredentora. A mediados del siglo XIII, cuando por Yayyan el rey Alhamar entregaba al rey Santo la ciudad de Jaén, se va extendiendo entre algunas comunidades monacales la costumbre de rezar el salterio de María, con cuentas para llevarlo. Por aquel entonces, el avemaría estaba a medio construir, y sólo se le había añadido recientemente el “Jesús”, aposición que ahora remata la primera parte. Se cree que no se completó esta oración hasta el siglo XV.

En esa centuria se fundan en Europa las primeras cofradías dominicas del Salterio y del Rosario, que rápidamente se extienden por Europa. Se cree que en Jaén, aunque no hay papeles hasta 1527, la primitiva hermandad del Rosario se erige antes de iniciarse el siglo XVI. Sí se sabe que ésta vio luz en el convento dominico de Santa Catalina Mártir, ese que todo el mundo llama Santo Domingo y que un año del siglo XVII fue efímera universidad de Jaén. Los dominicos llevaban en Jaén desde 1382, cuando el rey de Castilla don Juan I les había cedido los antiguos Alcázares urbanos de los Reyes Moros, un complejo regio de época almohade con distintos pabellones unidos por jardines. Todas estas edificaciones fueron derruidas para construir el edificio actual, con formidable claustro barroco e iglesia gótico-renacentista que, después de cuarenta años, algún día veremos abierta. Supongo.

El 7 de octubre de 1571 la Liga Santa venció al Imperio Otomano en la batalla naval de Lepanto, en una victoria clave para la geopolítica occidental y espiritual de Occidente, éxito que se atribuyó a la intercesión de la Virgen, a quien se la había invocado fervorosamente con el rezo continuado del rosario. En aquel tiempo, el papa Pío V añadió a las letanías marianas la invocación de “Auxilio de los Cristianos”, e instituyó la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria el 7 de octubre, que fue rebautizada por su sucesor, Gregorio XIII, como la de Nuestra Señora del Rosario, por la relación a la que hemos aludido. Desde entonces, este día fue declarado fiesta oficial en algunas ciudades, entre las que se contaba Jaén. La devoción a la Virgen del Rosario y la práctica de esta oración, de manera privada y pública, iría en aumento en nuestra ciudad.

Como hemos dicho, en esos años fronterizos entre la Edad Media y la Moderna, la cofradía jaenera del Rosario comienza a dar sus primeros pasos, que llegarán, probablemente, hasta los años de la II República. El pueblo de Jaén profesaba a esta imagen una gran devoción y le atribuía numerosos milagros, como recoge Ximénez Patón en su Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, de 1628, donde afirma que “ha obrado infinitos milagros”. Era una talla que siempre participaba, junto a la Virgen de la Capilla, en rogativas públicas, como en 1641 (para pedir por el buen fin de la guerra entre Portugal y España), 1644 (por el fin de la sequía), 1700 (por la salud de Carlos II, el Hechizado, aunque esto era mucho pedir) o en 1755 (tras el terremoto de Lisboa). Tras la Desamortización de Mendizábal, su cofradía tuvo que exiliarse a San Andrés, y a partir de ahí la corporación acabó sufriendo un cisma entre los cofrades partidarios de desplazarse al convento dominico femenino de Nuestra Señora de los Ángeles (en el solar de la Escuela de Arte José Nogué) y los defensores de permanecer en San Andrés. Dimes y diretes que propiciaron en la cofradía una escisión entre una hermandad viva, pero sin la imagen original (dominicas) y otra moribunda, pero con imagen y enseres, en San Andrés. Y en esta iglesia permanece su antigua y notable imagen, del siglo XVII.

Desde el dieciséis, la práctica totalidad de las cofradías de gloria jaeneras salía en rosario público (y una minoría, en procesión con sus imágenes). Este culto externo estaba tan arraigado en la ciudad que también lo celebraban de manera regular hermandades que no tenían entre sus titulares a la Virgen, como la de Santa Catalina. Algunos ejemplos de cofradías marianas que celebraban rosario público como principal culto externo son la de la Virgen de los Remedios de San Clemente, la del Socorro de San Juan, la del Carmen de las Carmelitas, la de la Paz de San Ildefonso, la de la Aurora de San Bartolomé, la del Dulce Nombre de la Trinidad, la de la Encarnación o la del Sagrario de Santiago, la de la Cruz o la de Salutación y Socorro de San Miguel, la de la Victoria de la Magdalena, la del Carmen de la Coronada, la del Consuelo del Arco del mismo nombre, la del Buen Suceso de San Pedro o la de la Virgen de la Capilla.

A día de hoy, de todos los rosarios públicos antiguos de la ciudad únicamente permanece uno: el de San Bernabé, el 10 de junio, dedicado a la Virgen de la Capilla. Si consideramos la historia de nuestra ciudad, que ha tenido sus principales devociones marianas en el rosario y en la Señora que vive en San Ildefonso, no estaría de más cuidar este último vestigio popular y secular de piedad pública, para que no se pierda forma tan sencilla y ancestral de recordar lo que somos y de dónde venimos.

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