El vuelo interior del cormorán grande, de las costas europeas a los pantanos de Jaén: "Es único en la provincia"
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El cambio se produjo poco a poco, con la irrupción de los grandes pantanos construidos en los años cincuenta
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Al amanecer, el embalse parece un espejo inmóvil. Sin embargo, sobre las pequeñas islas que se alzan en su interior, un rumor negro se agita, decenas de siluetas corpulentas, de alas anchas y plumaje oscuro, vigilan el agua. Son cormoranes grandes, aves que durante siglos han vivido en el mar y que, desde hace apenas unas décadas, han comenzado a escribir un nuevo capítulo en el interior de la península.
“Hasta los años 70, el cormorán grande era un ave costera en la península ibérica”, recuerda el coordinador del grupo Erithacus Sur y anillador experto, Juan Manuel Miguel. “Se veía en Cantabria, en el norte de Portugal, en algunas zonas del Mediterráneo, pero nunca se adentraba demasiado. Estas aves bajaron de Polonia, Alemania y esa zona central europea”.
El cambio se produjo poco a poco, con la irrupción de los grandes pantanos construidos en los años cincuenta. Dos décadas después, aquellas masas de agua eran ya sistemas maduros, abundaban los peces, la vegetación se consolidaba en las orillas y los troncos secos de los árboles ofrecían posaderos improvisados. “Fue entonces cuando los cormoranes empezaron a colonizar el interior. Primero se vieron en Madrid, en los 70 y 80, y ya entrados los 2000 comenzaron a aparecer en Andalucía. Al principio eran solo invernantes, criaban en el norte de Europa y venían aquí a pasar el invierno. Pero hace unos años detectamos que criaban en la provincia de Jaén y, poco después, en Granada”.
Las primeras colonias se levantaban en los árboles muertos de las colas de los embalses. “Buscaban ramas secas y allí instalaban sus nidos”, explica Miguel. Pero el paisaje cambió de nuevo. “En los últimos cinco años empezaron a criar directamente en las islas que quedan en medio de los pantanos, ya en el suelo, lo que da lugar a colonias muy compactas”.
Este giro ha permitido una investigación de años. En 2024 se realizó el primer gran anillamiento de cormorán grande en Jaén, con un total de 111 pollos marcados. La campaña se desarrolló en junio, cuando el calor todavía no es excesivo, y el proceso se prolongó durante varias jornadas, entrando en distintos tramos de la colonia para evitar no molestar a las aves.
En 2025 la cifra bajó a 66 pollos. “No fue porque hubieran criado menos, sino porque las temperaturas eran tan altas que preferimos intervenir menos para no poner en riesgo a las aves”, aclara Miguel. En total, ya son 177 pollos anillados en Jaén.
El arte de seguir a un ave
El trabajo comienza muchos meses antes. Desde enero, los anilladores de Erithacus Sur vigilan las colonias, los cormoranes duermen en ellas y su presencia permite estimar el número de parejas que se asientan. Se realizan conteos regulares, al principio cada treinta días, luego cada quince. Con telescopios desde los bordes del pantano se localizan los nidos, que después se georreferencian en mapas digitales.
El día del anillamiento, una embarcación traslada al pequeño equipo hasta las islas. “Dos entramos en la colonia, mientras otro compañero permanece en tierra dirigiendo la operación”, relata. Los pollos son capturados con cuidado y guardados en colectores. Uno a uno, se toman medidas de ala, tarso, cráneo, plumas, se pesan y, finalmente, regresan al nido. “Algunas nidadas pueden llegar a tener cinco pollos. Es un proceso delicado, pero necesario para conocer la dinámica de la especie”, añade Miguel.
Las rutas
En esas jornadas participan siempre los mismos tres nombres: el coordinador y anillador experto, Juan Mananuel Miguel; el anillador especializado en la especie, Francisco Javier Ramírez; y el auxiliar de anillamiento, Pedro Antonio Ramírez. El esfuerzo se ve recompensado con las lecturas de las anillas. Durante décadas, las costas españolas recibieron cormoranes procedentes de Polonia, Alemania o Finlandia. Ahora, son los pollos andaluces los que viajan hacia el mar. Uno de los anillados en Jaén fue visto en la Caleta de Vélez, en Málaga, el 31 de diciembre y de nuevo el 3 de enero. “Eso nos confirma que los nacidos en Jaén pasan el invierno en la costa malagueña”, celebra Miguel.
El cormorán grande no pasa desapercibido. De longitud puede alcanzar 90 centímetros, con una envergadura de 1,60 metros y hasta 3,7 kilos de peso. Su plumaje es completamente negro y su pico, fuerte y afilado como el de un buitre, le permite desgarrar peces que captura buceando hasta nueve metros. Se alimenta de cualquier especie, aunque prefiere los peces de aguas profundas.
“Puede volar 500 kilómetros sin descanso, a unos 60 o 70 km/h, y lo hace en formación, en punta de flecha. El primero corta el aire, los demás se benefician, y se van turnando. Antes de migrar acumulan grasa y eso les permite mantenerse horas en el aire sin necesidad de parar a comer”, señala Miguel.
En España existen dos especies de cormorán, el grande, que aparece en agua dulce y salada, y el moñudo, limitado a las costas. Su expansión en el interior no guarda relación con el cambio climático. “No tiene que ver con eso, sino con la alimentación. Cuando aparecieron los embalses, apareció la comida, y ellos vinieron detrás”, insiste Miguel.
Desde el delta del Ebro hasta Madrid, Toledo, Cáceres o Portugal, el cormorán grande ha ido escribiendo una historia de colonización hasta llegar a Jaén, su irrupción es reciente, pero su asentameinto ya es seguro. “Estamos asistiendo a cómo una especie adapta su ciclo vital gracias a la transformación del paisaje”, concluye Juan Manuel Miguel.
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