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Apesar de los apologetas de Torcuato Fernández Miranda, supuesto demiurgo del reinado de Juan Carlos I, nadie tenía el guion de la Transición con anterioridad a los hechos, nadie pudo prever, por ejemplo, que el asesinato de cinco abogados laboralistas por parte de la ultraderecha fuera el motivo que obligase a la legalización del Partido Comunista, cuya presencia en las primeras elecciones democráticas certificó la pureza de estos comicios. Nadie pensó jamás que el pueblo andaluz rompiera el esquema asimétrico de una España prevista con sólo tres autonomías o que Adolfo Suárez, hombre de paja de Torcuato y del Rey, se convirtiese en un líder autónomo que se atreviese a ir por su cuenta. Nadie tuvo el guion del intento de golpe del 23 de Febrero, aunque se escribieron varios, al menos el de Alfonso Armada, el de Jaime Milans de Bosch y el de su temerario ejecutor, Antonio Tejero, que fue el que dio al traste con toda aquella conspiración cuando se lió a tiros en el Congreso de los Diputados.
Alberto Rodríguez acaba de estrenar la miniserie sobre esta intentona, basada en el libro Anatomía de un instante, de Javier Cercas, son cuatro capítulos que pivotan en torno a los héroes en retirada de la Transición, los supuestos traidores a sus familias políticas de origen que aguantaron el tipo cuando Tejero entró en el Congreso: Adolfo Suárez (Álvaro Morte), un falangista de provincias, cabo chusquero y tahúr del Misisipi; el líder comunista Santiago Carrillo (Eduard Fernández) y, el más vilipendiado de los tres, el general Manuel Gutiérrez Mellado (Manolo Solo).
Más allá de la Guerra Civil, los cineastas españoles han tenido un problema de ausencia con el cine político, aunque en los últimos años lo que podríamos denominar como el subgénero de ETA está dando agradables sorpresas como Patria, La infiltrada y Un fantasma en la batalla, aunque Días contados sigue sin ser alcanzada. En esta ocasión, Alberto Rodríguez supera una prueba complicada que logra sobresalir en los dos últimos capítulos y, en especial, el cuarto, dedicado al juicio del 23 de Febrero, con el que cierra el relato más coherente que se ha escrito hasta ahora de una intentona de por sí complicada por la confluencia de muchos intereses en lo que pudo haber sido la gran tragedia de España.
Peca Alberto Rodríguez, como en otras ocasiones, de una inseguridad que le lleva a subrayar al espectador lo que se supone que las imágenes y los diálogos ya han debido contar, y es de ese miedo del que se libera en el relato de un juicio que, en efecto, tuvo una vis cómica de la que da buena cuenta Antonio Tejero (David Lorente).
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