Tanto monta cortar como desatar. Que la geopolítica es un nudo gordiano no escapa a nadie… Se rinde Alemania; caen dos infiernos sobre Japón; punto y final a la peor guerra de la historia y al mes largo se funda la ONU; parece que hemos aprendido. Se proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos; realmente hemos aprendido. Pero a los cuatro meses se funda la OTAN; no, definitivamente no aprendimos… Y así, a caballo entre la guerra y la paz llevamos setenta y cinco años, cumplidos esta semana, a noventa segundos del fin del mundo.

Tres cuartos de siglo de OTAN y el panorama es desolador; y miren que uno tiene esperanza en el ser humano. Posiblemente sin la OTAN habría sido peor, quién sabe, visto cómo está todo… A nuestro alrededor se respira la sensación permanente de estar asistiendo al preludio de un nuevo conflicto global que no llega y que, al no llegar, genera al mismo tiempo una gran incertidumbre. Todo el mundo sigue sus vidas con relativa normalidad, aunque con una palabra en la mente a punto de decirse en voz alta: ¡Ya! Hay momentos en los que gritarla podría suponer cierto alivio a la hora de cesar este estado general de vigilia, pero al instante uno vuelve a la razón y opta por seguir rumiándola en silencio.

Cada noticia representa un nuevo disparo en nuestras conciencias, dispuestas como están a huir de la realidad en cuanto pueden. Ya sea Ucrania u Oriente Medio, las columnas de humo parecen extenderse hacia Europa. Como siempre, por otro lado... Pero ya lo decían los romanos: Si vis pacem, para bellum. Da igual cortar que desatar; y ya que estamos, mejor cortar. ¡Qué triste!

Vivimos cada vez más deprisa, como queriendo morir, y eso se nota incluso en nuestras relaciones sociales y en la resolución de conflictos. Sin paciencia, sin capacidad de escucha, sin ganas de encontrarnos; nos consumimos/desechamos los unos a los otros y siempre rozamos la frontera de la invasión, ante lo cual solo albergamos la opción del ataque o la retirada; jamás la convivencia. Partida de ajedrez, campo de batalla… Ese parece nuestro día a día en este disparatado mundo belicista en el que subsistimos y, a pesar de que las nuevas generaciones europeas no hemos conocido guerra alguna, nos hemos contagiado de esa enfermedad terminal que supone el miedo, ante la que solo caben cuidados paliativos de no atajarse a tiempo. Recuerdo cuando en mi infancia soñaba con llegar al siglo XXI, pensando en el progreso de la humanidad y en todas las maravillas que contemplarían mis ojos y mis hijos. Maldita sea mi estampa…

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