Hacer daño es gratuito; o eso creemos en nuestra ignorancia. No hay nada más humano que herir al prójimo donde más le duela. Somos así de crueles y miserables. Y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, que luego todos somos unos santos… Culpar a los demás de nuestras miserias y desgracias se ha convertido en moneda de cambio en esta sociedad de la que tanto nos enorgullecemos pero que construimos a base del sufrimiento de otros y de nuestra propia ambición. Aunque somos tan canallas que siempre buscamos el camino de la tortura emocional, atacando a las personas que rodean a nuestro verdadero objetivo.

Esta semana le ha tocado al presidente del gobierno saborear la cicuta del odio, con la apertura de diligencias sobre su esposa. No seré yo quien defienda a nadie investigado, porque la separación de poderes es la base de nuestro sistema democrático. Lo que me preocupa de este asunto y de otros similares es el lamentable espectáculo que la clase política que nos representa ofrece día sí y día también. Una clase que debería dar ejemplo de integridad y que en lugar de ello se revuelca en el fango de las pasiones más indignas con tal de quitar poder y credibilidad al contrario.

En lugar de acciones como construir, mejorar, solucionar o dialogar, cada mañana desayunamos con otras más indigestas como malversar, prevaricar, tráfico de influencias, cohecho y demás bajezas que se han convertido en el "panis nostrum" que alimenta tertulias televisivas, charlas de cafetería y sobremesas familiares. Tenemos un paladar tan acostumbrado a la bazofia que solo ella nos sacia, sin darnos cuenta de que esa dieta es de todo menos saludable. Eso sí, todo el mundo va al gimnasio y se atiborra de proteínas y creatina, pero nada de "mens sana"… ¿Para qué pensar?

Prohibido el toro de la Vega y otras aberraciones muy españolas y mucho españolas, solo nos queda la diversión que ofrece el acoso y derribo del rival; y si para ello hay que calumniar sin piedad alguna, pues se hace y punto. Es el precio que hay que pagar por cobrar más que la media. ¿Dónde queda el respeto? ¿Dónde la honestidad? ¿Dónde el decoro? Pena me dan mis hijos si algún día deciden hacer carrera política, porque como alguien tire del historial de su padre no durarán ni dos telediarios en sus cargos públicos. Que uno tiene su aquel; concretamente como todo el mundo. Incluido usted, no se haga el tonto…

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