Los últimos días de abril de este 2024 si serán recordados por algo, lo serán por la decadencia moral del presidente del Gobierno. Un presidente que decidió dirigirse a sus acólitos –que no al pueblo- mediante una misiva en la que anunciaba 5 días de reflexión sobre su futuro como "primer ministro" del reino.

Sánchez respondía así a las cada vez menos presuntas tramas de tráfico de influencias de su mujer, Begoña Gómez. Culpando de las cuestionables actividades profesionales y lucrativas de la primera dama a la labor de indagación de la prensa crítica, a la judicatura independiente que se atrevía a iniciar unas diligencias aclaratorias y como no, a esa parte de la sociedad y de la oposición llamada derecha, ultraderecha o fachosfera, que engloba a todo ser vivo que osa contradecir el discurso oficialista del presidente.

Y así, al quinto día, Sánchez reapareció. Lejos de aplicar un ejemplar ejercicio de transparencia y aclarar los turbios asuntos que parecen cercar a su mujer, el presidente apeló a los escasos correligionarios –la mayoría a sueldo socialista- que coreaban el “Quédate” de Quevedo para arrogarse una mayoría social que solo cabe en su imaginación, y arremeter de nuevo contra los que osan preguntarse qué hace su mujer en el centro de un circulo vicioso, donde las empresas que se acercan a ella, acaban agraciadas con los incentivos que su marido después aprueba en Consejo de Ministros.

Decía Julio César “Mulier Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet”. La mujer del César no solo debe ser honrada, sino que debe parecerlo. Y Doña Begoña Gómez no sabemos si será honrada, eso lo tendrá que dilucidar la justicia toda vez que la causa está abierta. Pero desde luego parecerlo no lo parece. Y si para limpiar su honor, en lugar de explicar sin tapujos su actividad profesional, se elige matar al mensajero, las dudas sobre la honradez de la mujer del César no hacen sino multiplicarse.

Sánchez este lunes parecía añorar un golpe de estado que nunca llega. En el fondo el sólo quiere salvarnos de un Tejero que no existe y parece querer convencernos de que todos aquellos que ejercen la oposición y la libre crítica al Gobierno, son en realidad guardias civiles con bigote que entran a tiro limpio en el Congreso. Sánchez recordaba irremediablemente a Hitler en su bunker, retratado genialmente por Oliver Hirschbiegel en “El hundimiento”.

Imaginando ofensivas hilarantes contra el enemigo invisible. Mandando rodear a la prensa y al Poder Judicial en un último ataque a la desesperada que revierta el inevitable final. Un plan desesperado para derrotar al rival. Controlar a la prensa. Someter a la justicia… ¿Qué puede salir mal? ¿Qué medios podrán o no ejercer el periodismo libre? ¿A quién se prohibirá informar? El confidencial, The Objective, El Debate… ¿están en la diana? ¿Qué pasará con los Alsina, Herrera o Vicente Vallés? ¿De quién será el monopolio para informar? ¿Itxaurrondo? ¿Àngels Barceló? ¿Será suficiente regar con 28 millones de dinero público a Broncano o habrá que cerrar también El hormiguero? ¿Podré seguir escribiendo mis cosas en esta humilde columna semanal?

Los últimos coletazos de Pedro Sánchez rezuman un ambiente guerracivilero que la sociedad no se merece. Una división social en la que solo puede elegir ser un “facha” en contra del régimen o una “charo” a favor del sanchismo. Porque a eso ha reducido el debate. Conmigo o contra mí. Los malos y los buenos. Cualquier atisbo de intelectualidad, duda o cuestionamiento de la legalidad o moralidad del régimen, es ya interpretado como un ataque al César. Mal camino tomaremos si permitimos que desde el poder se mate al mensajero.

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