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Cuando uno lleva varios días caminando junto a Pedrito de Andía es triste separarse de él. Será aburrido, a partir de ahora, vivir sin la voz febril de ese adolescente quijotesco de linaje liberal y sentimentalidad carlista. Que hay héroes de novelas que se convierten en amigos íntimos es algo que ya sabía. Pasó con Julien Sorel o Zavalita. Pero nunca sospeché que a mis 56 años terminaría por ahí del bracete con un zangolotino cuya visión del mundo nos resulta hoy tan alucinada como poética. Una quimera junto a un espectro en un mundo en crisis. Buena pareja hemos hecho Pedrito y yo estos pasados días.
Los grandes libros, ya lo he escrito alguna vez, siempre te salen al encuentro. A mí, La vida nueva de Pedrito de Andía me esperaba en uno de los anaqueles de la librería de viejo Los Terceros. Bendito sea ese momento. Lo lógico es que yo hubiese leído esta novela de Rafael Sánchez Mazas hace mucho tiempo. Mi biografía, al menos, así lo exigía. Pero el abrazo, como el de Vergara, se ha hecho esperar. Rafael Sánchez Mazas pertenece a ese selecto grupo de escritores que ganaron la guerra civil y perdieron la historia de la literatura, incluso entre los suyos. La idea, como bien saben, no es mía, la lanzó Andrés Trapiello en el mejor de sus libros: Las armas y las letras. Con el tiempo uno va comprendiendo no sin cierta amargura que los manuales de literatura del país fueron depurados minuciosamente para hacernos creer que absolutamente todo el mundo de la cultura apoyaba a la República en 1936 (antes había sido al revés), de ahí que en nuestros años de BUP no estudiásemos a escritores del bando sublevado que hoy sabemos fundamentales: Agustín de Foxá, Luis Rosales, Giménez Caballero, el propio Sánchez Mazas... Todos ellos fueron expulsados de los manuales o, como mucho, se les concedía una nota al pie. Su recuperación posterior fue un fenómeno editorial y periodístico, escasamente académico. Ahora no tengo ninguna duda de que La vida nueva de Pedrito de Andía es una de las mejores novelas que se han escrito en castellano durante el siglo XX. Un relato profundamente católico y de crecimiento en el que se mezcla lo moderno con lo modernista, lo rural con lo urbano, lo barojiano con lo unamuniano, lo fantástico con lo burgués, la literatura de hadas con la de caballeros, lo español con lo vasco... pero sobre todo es un gran relato de amor en estos momentos mezquinos en los que hasta el amor romántico es atacado por el ejército de orcos que nos asedia. Adiós, Pedrito, ha sido un honor pasear contigo por esos montes vascos, tirarle piedras a los palurdos de la otra aldea, hablarle a Dios a la cara y rendir las espadas ante la bella Isabel. Que comáis muchas perdices.
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