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La conversión de Pedro
Quienes somos de allí, no solo en el sentido de ser devotos de las sagradas imágenes o pertenecer a la hermandad, sino por nacimiento, sabemos que la de San Juan de la Palma es una hermandad y cofradía de barrio, que hay un territorio que es solo suyo y que nacer y vivir en él nos hizo ser suyos. Que yo sepa el primero que puso en palabras este sentido de pertenencia que funde unas calles y una devoción fue el joven Chaves Nogales en La ciudad, allá por 1921, cuando escribió: “Capuchinas, Eslava, Martínez Montañés, Caldereros, Teodosio, Santa Clara, Panecitos. Calles recatadas y silenciosas del barrio de San Lorenzo, sobre las que Jesús del Gran Poder hace pesar su poderío”. Ya entonces ese poderío lo había desbordado. Poco más adelante Chaves escribe que “de los barrios extremos, de toda Sevilla, llegan los grupos de mujeres, que se arrodillan unos minutos ante la imagen, para balbucear sus preces”. Pero esas eran sus calles y la enumeración de sus nombres crea una hermosa letanía sevillana al Señor del Gran Poder.
Naturalmente no es necesaria la vecindad para la devoción. Pero crea la forma de unión más íntima entre nosotros, los nuestros, nuestra vida, nuestra memoria y las sagradas imágenes. Que podría sintetizarse con la palabra foculus en el sentido que tenía para los antiguos romanos: lumbre y calor del hogar. Enraiza. Cuando algunos rebasamos la Plaza de los Carros y embocamos la estrechez de Feria, bajamos por Gerona o Santa Ángela de la Cruz alcanzando el convento del Espíritu Santo o pasamos del ensanche a la estrechez de Regina hasta ver el azulejo, tenemos, inevitablemente, una sensación de vuelta a casa, de regreso a la calidez del hogar que un día, como a quienes en él vivían, perdimos; pero siempre reencontramos al ir por esas calles, mirar las ventanas y los balcones que un día fueron los nuestros, traspasar la ojiva, entrar en esa iglesia en la que todo nos es familiar, en la que siempre hay un temblor de felicidad niña de mañana blanca de Domingo de Ramos, y elevar esa oración que solo los ojos saben rezar –la oración más sevillana– contemplando al Señor del Silencio en el desprecio de Herodes y a la Amargura. Suene Font de Anta. Hay besamanos en San Juan de la Palma. Ayer es hoy y hoy es siempre.
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