Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Postrimerías
En su ensayo Palabras del Egeo, donde defiende la idea de una continuidad esencial de la civilización helénica desde mucho antes de la llegada de los indoeuropeos a los lugares en los que florecería la cultura griega, relaciona Pedro Olalla algunos de los yacimientos arqueológicos que oscilan entre los cinco y los siete mil años de antigüedad, entre ellos el de Dascalió junto a la isla de Keros o el de Poliocne en la de Lemnos, ubicados en el archipiélago de las Cícladas que dan su nombre a las elegantes estatuillas con las que los pueblos que llaman pregriegos preludiaron ciertas formas casi abstractas del siglo XX. Es una idea heterodoxa, pero sin duda sugerente, la que postula que pudo ser el espacio del Egeo el que influyera en el Creciente Fértil, cuna de la revolución neolítica, y no a la inversa, aunque harían falta más evidencias para fundamentar la tesis. En todo caso, a medida que avanzan las investigaciones sobre el terreno, tanto en las islas como en las regiones ribereñas, en Egipto, Asia Menor o Mesopotamia, los arqueólogos encuentran motivos para remontar más atrás los orígenes de las civilizaciones primordiales, documentando episodios de Neolítico avanzado en los que, por ejemplo, ya se conocían y practicaban los trabajos de forja y aleación de metales, mucho antes de las fechas tradicionalmente asignadas para las edades del Cobre o el Bronce. E igual en relación con las fases inmediatamente anteriores, cuyos inicios retroceden más y más en el tiempo. Vuelve a ser noticia estos días el que pasa por ser el complejo megalítico más antiguo de Eurasia, muy anterior a Stonehenge, que es también el primer santuario conocido, erigido por anónimos pueblos nómadas unos diez milenios antes de la Era. Situado al sudeste de la actual Turquía, no lejos de la frontera con Siria, el impresionante conjunto de Göbekli Tepe, del que sólo se ha excavado una mínima parte, sorprende por sus dimensiones y por lo que revela de un antiquísimo lugar de culto que presupone conocimientos muy sofisticados. Entre los relieves y pictogramas tallados en los monolitos, donde abundan las representaciones de animales, los estudiosos creen haber identificado un primitivo calendario que demostraría la familiaridad de los constructores con los ciclos del sol y de la luna, y tal vez la constancia del impacto del cometa que provocó una de las edades de hielo consignadas en el registro de la prehistoria. No sabemos a qué dioses se encomendaban ni en qué lengua se entendían, pero aquellos remotos desconocidos, miles de años antes que egipcios y mesopotámicos, medían el tiempo de la misma manera que nosotros.
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