Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Hace unos meses acudí a un instituto de una de las barriadas más pobres de Sevilla para dar una charla a los estudiantes sobre esta labor mía de escribir. Les confesé que en un principio no me fue fácil juntar el amor propio preciso para soñar con ser escritora. Pensaba que este era oficio de esos señores capitalinos de apellidos rimbombantes, con cara de saber mucho y divertirse poco, que salen en las fotos de las críticas literarias. Yo, en cambio, era una muchacha cualquiera de un pueblo, de una familia con yeso y alpechín bajo las uñas. En consecuencia, deduje que no tenía nada relevante que contar. Les dije también que con el tiempo aprendí que lo que vivo y siento también es digno de ser contado, y que por eso publico, para “que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido”, escribió María Zambrano. A continuación, les pregunté: “De vuestra vida y emociones, ¿qué escogeríais contar, y cómo?”. Hubo silencio. Levantó la mano un adolescente y dijo: “Yo escribiría de lo mal que lo pasamos mi madre, mi padre, mi hermanillo y yo cuando nos desahuciaron”. Sin poder sostener la mirada honda de aquel muchacho, miré a la profesora. Ella asintió con la cabeza.
Si nada ni nadie lo impide, y según el fallo del juzgado número 8 de Sevilla, el 5 de diciembre (qué fechas entrañables, la ilusión de los niños, el amor del pesebre…) en el barrio de Palmete pondrán en lo ancho de la calle a 11 familias con nueve menores a su cargo, pese a que –dice la carta urgente que han publicado y les animo a que busquen en redes– “hace años firmamos un contrato de alquiler con opción a compra”. La inmobiliaria Altamira, operada por el Banco Santander, tras declararse en quiebra el constructor, ha comprado el edifico y solicitado su desalojo. Asegura Barrios Hartos que durante el pleito no se ha escuchado a las familias ni se han tenido en cuenta los informes de Servicios Sociales que detallan su situación regular y su compromiso continuo de pago.
Si nada ni nadie lo impide –ni el Ayuntamiento, ni la Junta, ni el Defensor del Pueblo…–, el 5 de diciembre se quedarán sin casa nueve chaveas como aquel del instituto, que algún día (estoy segura) escribirá cómo lo echaron de la suya. Ya les dije que no tuve fuerzas para sostenerle la mirada. Pero, después de él, tampoco soy capaz de mirar hacia otro lado.
También te puede interesar
Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Nadie al volante
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano