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El problema de los presupuestos de la Junta de Andalucía es que entra de lleno en el terreno pantanoso de la ilusión. Uno confía en los resortes del mago, sus dotes, su sabiduría aprendida con el tiempo, para que el truco no sea evidente y la capacidad de sorpresa haga el resto. De igual importancia es el relato, las palabras que acompañan la puesta en escena. Y, claro, luego está lo que se arriesga el mago, no es lo mismo un juego de manos con un cambio de monedas que optar por hacer desaparecer a una consejera de Sanidad o trocearla en público, es un decir.
Aquí en Jaén, el mago lleva demasiado tiempo sin sacar un buen conejo nuevo de la chistera y así es muy difícil que la concurrencia irrumpa en exclamaciones. Los más fieles del mago se ríen, incluso, antes del chiste y están ganados sin necesidad de subir al escenario, pero el ilusionista y su equipo tienen que ganarse el favor del público que duda de su espectáculo, renovar el repertorio y atraer nuevas audiencias.
Los presupuestos son una carta redactada por los propios reyes del cotarro, estas cuentas públicas que se repiten como letanías hace tiempo que dejaron de frustrar al jiennense. Es un ruido latente, ruido blanco, que habrá a quien le ayude a conciliar el sueño, como un documental de la 2, la Vuelta Ciclista o la lectura de un notario.
Viejos clásicos de la actualidad jiennense que aparecen como espectros. Ahí está la Ciudad Sanitaria, consignada y errante, pero muy lejos aún de concretarse. Las comparaciones son odiosas con otras provincias, no las hagamos que nos acusan de victimismo, aunque sean heridas lacerantes.
Es la marcha inversora propia de Jaén, ahí tenemos el tranvía, un año más, oxidado en nuestra memoria y apareciendo en la actualidad como el monstruo del Lago Ness. Mientras otros tranvías cabalgan por el resto de Andalucía, aquí transita con su pesada cadena de olvido presupuestario, rehén de la mala política y de los fantasmas de nuestro pasado político.
No hay discriminación positiva para una provincia que la requiere desde lejos, pero se hacen cábalas por un milloncejo arriba o abajo, el coste de la inflación o la inversión por habitante. Les falta relato y a nosotros imponer un escenario en condiciones.
En este coto de las maravillas que son los presupuestos, de fuerte tradición oral y escrita, tenemos la ansiedad propia del gran Conejo Blanco, que como el de Lewis Carrol, vive estresado ante la posibilidad de no llegar a tiempo. Por más que llevemos, como aquel, nuestro reloj de bolsillo, somos conscientes de que llegamos siempre tarde a nuestro destino. Este mal endémico afecta por igual a un jiennense emigrado, al que tiene raíces en esta tierra como un olivo o, pongamos por caso, a la hembra de lince más famosa de la actualidad, Satureja, blanca por estrés.
En la magia, como en la política, hay una premisa de partida: la de participar en un juego en el que más pronto que tarde seremos engañados.
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