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Ya saben aquello de que el poder corrompe, que tiene una extraña erótica por la que muchos quedan subyugados y que el mayor poder es querer. Sin embargo, después de ver el debate electoral de las presidenciales americanas y sus incomprensibles líderes se me ha venido a la cabeza lo vulnerable que es el poder, su indisimulable fragilidad.
Estábamos acostumbrados desde los cuentos infantiles a conmiserarnos de las enfermedades y sufrimientos de los reyes. Nos enseñaban que los males y las llamadas bajas pasiones no distinguen al rico del pobre, al noble del plebeyo. Las obras de Shakespeare también nos han hecho mirar a los reyes ingleses por dentro, a través de sus inseguridades y dilemas. La historia española está sombreada por las dolencias de sus dos grandes dinastías reales, los Austria y los Borbones. La “locura” de Juana, la gota de Carlos V, los desequilibrios de Felipe II, la impotencia sexual de Enrique IV, la fogosidad de Felipe IV o el pobre de Carlos II que sufrió todas las enfermedades posibles. De las depresiones de Felipe V a la hemofilia genética de los Borbones.
Las dolencias de los reyes los han acercado a su pueblo más que todos los paseos en carroza juntos. En la actualidad, son buena prueba de ello los ingleses que, gracias a la enfermedad del rey y de la futura reina, han dulcificado la mirada hacia la casa real. En España, la reina Leticia se ha tenido que romper un huesecillo del pie para bajarse de los tacones y que la queramos un poco. Hasta un segundo antes la inquebrantable seriedad con que nos mira siempre nos separaba de ella. Pareciera como si hubiera que coronarse de enfermedades para ganarse si no el amor de los súbditos, al menos su pleitesía. Con los papas, que vienen a ser los reyes de la iglesia, pasa algo parecido. La ancianidad y los achaques los vuelven humanos, pecadores, dignos de lástima.
Al poder no sólo le humilla el oro sino todas las debilidades humanas, por eso se ha revestido tradicionalmente de pompa y distancia, para disimular sus flaquezas. A las democracias actuales les repele el boato y deja a sus gobernantes desnudos, con sus defectos y miserias al aire. Si los reyes y papas en sus jaulas de oro nos han dado siempre pena, los líderes actuales hacen que nos demos pena a nosotros mismos. Qué pasa en América, que tienen que escoger entre un gagá y un loco. No son capaces de postular a alguien normal que les gobierne. Qué miedo.
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