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Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Europa está enferma. Padece una profunda crisis de identidad y ha perdido la noción de su papel en un mundo nuevo del que parece no entender sus claves. Las consecuencias más inmediatas de este síndrome son su irrelevancia en la escena internacional, donde cada día es más ignorada por los grandes, y el ascenso sostenido en todo el territorio de la UE de las opciones nacional populistas, convertidas, y España no es una excepción, en fuerzas electorales capaces de condicionar la gobernabilidad tanto de los estados como de las instituciones comunitarias. El ascenso de la extrema derecha tiene a su vez dos consecuencias que están cambiando el panorama social en países que habían logrado grados muy elevados de desarrollo y cohesión social. El primero es el rechazo del fenómeno de la inmigración y su proyección como una invasión que viene a destruir nuestra civilización. La segunda, el cuestionamiento de la democracia multipartidista como el sistema más capacitado de interlocución entre el poder político y los ciudadanos.
El ascenso de la extrema derecha en Europa no ha surgido por los pendulazos con los que muchas veces se producen en la historia. Es una consecuencia directa de las políticas que se aplicaron tras la caída del Muro de Berlín y, sobre todo, tras la debacle financiera de 2008. En esos años se rompió el modelo de clases medias ascendentes que habían hecho posible el desarrollo espectacular que siguió a la derrota de los totalitarismos en 1945 y la consolidación de las democracias liberales que pusieron en marcha el proceso de integración europea.
El enriquecimiento hasta límites obscenos de unas élites extractivas y el progresivo empobrecimiento de esas clases medias creó un malestar económico y social que fue el campo en que se pudieron sembrar las ideas populistas con una enorme facilidad. La extrema derecha europea está ya en condiciones de empezar a recoger la cosecha. Y eso supone la propia negación de Europa como ámbito político y económico y la vuelta de las fronteras concebidas como muros de defensa contra el extranjero.
Es fácil diagnosticar la enfermedad. Mucho más difícil es acertar con sus posibles remedios. Pero es evidente que, si no empiezan a cambiar las cosas, pronto puede ser demasiado tarde para recuperar terreno.
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