Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Con la Feria del Libro de Sevilla en sus últimas y lluviadas horas, y en vísperas del día en que cuidamos la llama viva de nuestros muertos, pienso en autores que, a pesar de no estar ya entre nosotros, los sentimos presentes: en Antonio Rivero Taravillo, con papel tan activo en la feria hasta que pudo; en Juan Antonio Bermúdez, a quien celebramos en la pasada edición con la presentación de su poesía íntegra titulada La mano en el fuego (Libros de la Herida), y en Manuel Ferrand, cuyo centenario conmemoramos este año. La ocasión bien merece esta columna ferrandiana, advocada a su figura, obra y vindicación.
O bien sabe usted de sobra quién era Manuel Ferrand o bien no le suena. Depende, sobre todo, de su edad. Quien vivió la Sevilla del tardofranquismo y los ochenta lo recuerda fijo, pues fue activo periodista, leidísimo premio Planeta (cuando ganarlo era muy otra cosa) y reconocido erudito. Los demás conocemos que existen unos jardines –menguantes– con su nombre, poco más. Esta ignorancia no es, no del todo, nuestra responsabilidad, sino consecuencia del tiempo: del que ha pasado sin nuevas ediciones de sus libros, y del que le tocó vivir, en el que quienes escribieron fuera de la centralidad y más allá de las corrientes dominantes no salían en la foto que fija el canon literario.
Como lectora impertinente, me da a la vez pena y gozo hablar de los buenos escritores que han permanecido fuera de foco: pena, porque no han tenido el lugar que merecen, y gozo, cuando llega el día en que alguien los rescata y nos los pone en las manos. Sucedió con Chaves Nogales. Los mejores autores ocultos acaban siendo de culto. Siento envidia de quien aún no ha descubierto a Manuel Ferrand, y lo haga ahora a través de las flamantes ediciones de su trilogía de ensayos sobre Sevilla y de Con la noche a cuestas, novela ganadora del Planeta, recién publicadas por la editorial El Paseo. Me falta columna para advertirles a los amantes veros e incómodos de esta ciudad que en esas páginas encontrarán ganas de echarse a la calle, a cotejar la Sevilla que nos queda. Eso y el entusiasmo de leer la prosa vivaz y certera, actualísima, visual, que inaugura un relato literario de Sevilla moderno y antitópico, una mirada desde los márgenes (un sereno y un guarda de obra en las noches de Los Remedios en construcción) a la ciudad y sociedad quieta que echaba a mutar. Su escritura y su Sevilla resuenan en la nuestra.
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