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La política andaluza de ahora tiene una peculiaridad que me atrevería a calificar de exótica y que uno no recuerda haber visto nunca a pesar de los muchos años que lleva dedicado a la observación y análisis del variado paisanaje que ha transitado y transita por el hemiciclo de las Cinco Llagas o por el Palacio de San Telmo: el presidente de la Junta tiene un nombre diferente según hablen de él sus partidarios o sus opositores. Es Juanma Moreno, o simplemente Juanma, a la hora de ser elogiado y elevado a los altares de salvador de Andalucía, pero es Moreno Bonilla cuando lo que se trata es de denostarlo hasta colocarlo en la categoría de andalucida. Cosas asombrosas cuyos orígenes se le escapan al firmante, pero que han adquirido carta de naturaleza.
Así, Juanma Moreno es el líder centrista, moderado y transversal capaz de aglutinar una amplia mayoría social y que lleva siete años empeñado en modernizar Andalucía y salvarla de los fantasmas que durante casi cuarenta años la sumieron en el oscurantismo y el atraso. Es también el yerno perfecto, con sonrisa que no se le cae de la cara y que tiene siempre la palabra y el gesto justo para consolar a las víctimas y animar al que sufre.
Pero tras ese disfraz, piensan los que lo quieren echar, se esconde el malvado Moreno Bonilla. Y el malvado Moreno Bonilla, subrayando con énfasis lo de Bonilla, es un derechista depravado, que no piensa en otra cosa que en regalar la sanidad pública a sus amigos de la privada, aunque ello suponga que los andaluces y andaluzas, que en estos ambientes el lenguaje inclusivo es ley, se mueran esperando una prueba diagnóstica o una consulta con el especialista. Y lo que está haciendo en la sanidad lo lleva a cualquier otro ámbito. Se trata de favorecer los intereses de los de siempre y condenar al pueblo a la postración y a la supresión de derechos.
Cuando dentro de unos meses haya elecciones autonómicas será el momento de comprobar cuántos andaluces piensan que su presidente se llama Juanma, a secas o con primer apellido, y cuántos que responde a la personalidad reaccionaria de Moreno Bonilla, incluso Bonilla a secas para los más exaltados. Un duelo apasionante que demuestra que, en la España de hoy, aunque caído en desuso casi total, el segundo apellido sirve para algo. Triste consuelo.
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