Juana González
Perdidos
España se está convirtiendo en un país de chichinabo. Solo así se entiende que la policía se presentase en el Hotel Wellington de Madrid para pedirle explicaciones a Morante de la Puebla por los jóvenes joseantonianos que celebraban en las calles su gesta en Las Ventas. Por contra, el guindilla de turno se tendría que haber cuadrado ante el maestro cigarrero para, en posición de saludo, notificarle que en la puerta le esperaba el escuadrón de honores para que le pasase revista. Y perfectamente uniformado, con sus miembros tocados por sus cascos acerados con llorones, sus botas de montar brillando como supernovas, sus breeches blancos y sus guerreras azules... nada de esos chándales que hoy visten los miembros de los cuerpos policiales españoles.
El profesor e historiador José Manuel Macarro nos contó una vez que comprendió en qué consistían “las masas” cuando leyó que miles de personas iban a ver a Joselito (¿o era Belmonte?) hacer la instrucción militar en el Prado de San Sebastián. Todas las épocas han tenido su gran torero, su maestro indiscutible, y al sanchismo antitaurino le ha tocado el que, según los entendidos del ramo, es uno de los mayores de todos los tiempos. Esto sí que es un “puto amo”. Ya es mala suerte, Urtasun.
La Fiesta, al igual que la poesía épica, necesita del héroe como la mañana requiere del lucero del alba. Y Morante de la Puebla es un héroe contemporáneo que viste camisas de fantasía y monteras historicistas. Un hombre de nuestro tiempo con problemas mentales que llena plazas de toros como un divo del pop y que soporta su arte casi como una fatalidad. Lo que hace verdaderamente moderno (y clásico) a José Antonio Morante Camacho es su fragilidad, su tragedia interior, su completa aceptación de un destino aciago. Casi pide disculpas por el día en que le abandone la gracia del mar. Si alguien buscaba modelos para la nueva masculinidad aquí tiene uno: sensibilidad extrema, valor, amor a la tradición y arrojo vanguardista... No hace falta pintarse las uñas ni ponerse mini para ser un hombre nuevo.
Como gran figura, Morante supera lo taurino. Si Belmonte hizo aficionado al reacio 98, el de La Puebla está consiguiendo atraer a la Fiesta a los nuevos machos de esta España herida, los jóvenes joseantonianos que lo llevaron a hombros por las calles de Madrid, como a una reina de leyenda. No sé si se lo perdonarán.
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