Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El primer ministro de Francia Fracois Bayrou ya no lo es, al perder la moción de confianza presentada a la Asamblea General tras no aprobar esta los presupuestos generales (hay sitios donde todavía se presentan, aun sabiendo que probablemente no saldrán adelante) que incluían un considerable recorte del gasto público para paliar la importante deuda (insoportable, dijo él) que asola a Francia. En su intervención ante la Asamblea, apeló a “la movilización de todos y el esfuerzo moderado de cada uno”, pero como era de esperar, la moción fracasó, y este veterano político, católico y centrista tirando a socialdemócrata, forma parte ya de la amplia nómina de primeros ministros destituidos en la era Macron, sólo por decir lo obvio, que esto no hay quien lo aguante.
La situación de Francia no es muy distinta a la de aquí, así como en otras partes del mundo, y el último ejemplo lo tenemos en Argentina. Aquella estrella de Milei que subió como la espuma en un país extenuado por el peronismo amenaza con decaer y no por sus medidas más excéntricas, sino por las políticas de ajuste que han afectado, sobre todo, a pensionistas y funcionarios. Los electores del Buenos Aires le dieron el otro día el primer aviso. La gente no es que no esté dispuesta a movilizarse y a esforzarse, como pedía el cesante primer ministro francés, sino que sigue exigiendo unas prestaciones del Estado que este simplemente no puede atender, pero siempre habrá en el camino un político oportunista y demagogo dispuesto a venderle su mercancía.
Por aquí la cosa tampoco va mucho mejor. Al populismo liberal de bajar los impuestos como toda solución al problema que abanderan Ayuso y compañía, nuestra desnortada izquierda replica con políticas que desincentivan la productividad, ya sea mediante la reducción de horas trabajadas por ley o el aumento desproporcionado del período de baja por permiso parental, que incluso ha contado con el apoyo del PP. ¡Diecinueve semanas retribuidas para los dos progenitores! Unos y otros obvian la cruda realidad de un sistema que nos llevará, más pronto que tarde, a la ruina, y que sólo podría solucionarse con otros pactos de la Moncloa entre las grandes fuerzas políticas que garantizasen salarios justos con una productividad adecuada al mundo global de hoy. Mientras tanto, que siga la fiesta.
También te puede interesar
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Nadie al volante