Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Llegó Pedro al Comité Federal de su partido, dispuesto a cerrar la crisis abierta por los escándalos de corrupción que sacuden a su Gobierno. Nada mejor que un auto homenaje ante sus discípulos que entregados a su causa, aplaudían en pie las intervenciones de un líder de aspecto esquelético había decidido borrar de un plumazo los restos del “cerdanismo”. Como quien amputa un miembro ante la aparición de un cáncer. Aparentando un punto y final de una agonía que en realidad no ha hecho más que empezar, pero que Sánchez se ha empeñado en alargar hasta el infinito.
Si hay algún logro que hay que atribuirle a Sánchez es el de haber calado perfectamente sus feligreses. De ahí que su discurso para justificar un aferramiento y atrincheramiento en Moncloa, sea tan simple como efectivo; tengo que sobrevivir porque si caigo, vendrá la ultra derecha a acabar con la democracia. Un discurso para mentes sencillas de manipular. Enfermas de odio al enemigo, que están convencidas que es mucho mejor un Gobierno de izquierdas enfangado en la corrupción que una alternativa elegida por el pueblo.
El problema para la democracia de la huida al abismo que ha emprendido el socialismo es donde situamos el listón. Porque a partir de ahora, si un Gobierno del signo que sea está cercado por la corrupción, no tendría obligación de dimisión porque la alternativa a su saqueo sería la vuelta del enemigo. “Sentimos haberos robado, pero no nos vamos vayamos que vengan los otros a hacer lo mismo”. Un argumento ad hominem que invalidaría la democracia en favor de la proclamación de la autocracia para salvar al pueblo de sí mismo.
Estamos ante el epílogo del “sanchismo”, convertido en el emperador Nerón del Siglo XXI, que será capaz de incinerar la democracia antes que abdicar en favor del pluralismo. Sus últimos coletazos, dependientes de unos insaciables socios que han olido la sangre, pueden ser definitivos; no dudará en entregar un Poder Judicial a la carta en Cataluña para Junts si con ello sale adelante su Ley Bolaños para controlar a la Justicia española y no dudará en entregar el referéndum a Puigdemont y PNV si con ello gana tiempo en Moncloa o puede detener el cerco de la UCO y los jueces sobre sí mismo.
Y esa será su carta final. Un referéndum pactado con sus socios donde a los españoles se nos pondrá en una artificial dicotomía entre elegir la independencia vasca y catalana o una República Federal Española, auténtica ambición de los socialistas catalanes, último bastión del socialismo. Dos encajes inconstitucionales, pero que servirán a Sánchez para, en su delirio de grandeza, pasar a la historia como el Presidente que completó una transición a la carta, medio siglo después de la caída del franquismo.
La falacia como argumento definitivo. De todas las alternativas que Sánchez tenía para acabar con la crisis de su Gobierno, el presidente y secretario general socialista, eligió la peor; aferrarse a Moncloa como los últimos de Filipinas. Defendiendo una plaza simbólica sin entender que la guerra ha acabado, salvo que en vez del honor, Sánchez está defendiendo la vergüenza absoluta. Es la verdadera cara de alguien que se cree por encima de todo y de todos. Sus falaces dicotomías como tabla de salvación; yo o la ultraderecha. Yo o la destrucción del Estado. Cuando la falacia en realidad, es Sánchez en sí mismo. Pedro, ad hominem.
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