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No sé si a propósito del Festival de Cine o de la inminente presentación en Sevilla de la novelaza del laureado Juan del Val, Vera, una historia de amor (que, como saben, emplaza su tórrida trama en esta villa, grande y mariana); el caso es que me ha dado por pensar en la de personajes de peli, serie, copla, novela, folletín y ópera que da esta ciudad. Quien no se inspire aquí es porque es corto de vista. Estoy con Bertrand Russell en que las sociedades modernas tienden a uniformizar a las gentes y, por tanto, diluyen las personalidades singulares. Sevilla resiste, o resistía hasta hace poco. Ha preservado de forma insólita un retablo de vecinos y vecinas únicas, dignas de peli o de novela. La lista es inmensa y podría dedicar el resto de esta columna a mencionarlos con nombre y alias. No hace falta porque usted la guarda a buen recaudo en su memoria.
A los escritores, Sevilla nos brinda a cada paso la ocasión de encontrar modelos únicos con los que abocetar nuestras historias. Más allá de una pija y un canallita autóctonos, protagonistas de la historia de amor (a saber a lo que llama amor el vate del Val) que ha merecido el millón de lereles, esta ciudad nos regala personajes únicos. Quisiera una meterse por varias páginas en las alpargatas de un costalero, junto a las manos que cavan en Pico Reja, en el bambito de la mujer que ha hecho posible tantas cosas en su barrio. Y ser un guapo de la Cruz Verde, un estibador del puerto, una jueza en El Prado, un fantasma en el Ateneo, un rockero de clavel, la limpiadora del Parlamento. Y un agradaor de duquesas, una hermana de la Cruz, un narco de río, un pregonero. La tendera del desavío, un pedantón al paño, una cani, un locuaz presidente de club de fútbol. Y un torero como una sota de copas, una trianera pionera del travestismo, el regador de las calles, un sastre de chaqués, una mangantona de Monipodio. Y un poeta rancio, un malaje raso, un guarda nocturno en La Cartuja.
Anda que no hay vidas en la vida de Sevilla. Rechistarán que como en cualquier otra parte, y ahí difiero. Tipos y arquetipos que en cualquier otra ciudad están fuera de catálogo desde hace ya, aquí, a pesar de la gentrificación, mantienen una vigencia pasmosa. Empero, nos aqueja el mal del siglo: el narcisismo instagrameable y tiktokero, que en Sevilla a veces se convierte en un personajismo falsario, sobreactuado, machacón. Es cansado.
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