Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Frente a los luditas de nuevo cuño, que aborrecen de las maravillas de la técnica pero no pueden pasar sin su cepillo de dientes eléctrico, desde aquí celebro los prodigios como la inteligencia artificial et al., que voy descubriendo sin olvidar que una sociedad tecnodesarrollada no es más sabia ni humana. Conviene la sospecha: cuando estas cosas –las redes sociales, la IA…– son gratis, cabe preguntarse si una es clienta o trabajadora, autoexplotada y sin nómina, de las mismas. Cierto es que este contexto es inédito en la Historia, que tiene efectos nocivos (pérdida de memoria y atención, extimidad, relaciones más gaseosas incluso que líquidas…) y acarrea una mutación de corte antropológico. Pero que no vengan los de la cultura del esfuerzo –que curiosamente no dan palo al agua– a decirnos a usted y a mí que usar la IA nos hará unos flojos.
Leo que la IA, junto a chips cerebrales, ya puede leer el pensamiento, lo que podría usarse no solo para asistir casos de parálisis. Ahí sí que pongo pie en pared. Me pregunto si el algoritmo serviría para leer la mente de los otros (como en Lo que piensan las mujeres, de Lubitsch) o la propia; en cualquier caso, por mí pueden ahorrárselo. De lo que piensen los demás solo me interesa el hecho de que deseen compartirlo conmigo y la forma que toma dicha expresión. En cuanto a una misma, si se trata de leer mis pensamientos conscientes, no hace falta, me los sé. Si al menos se tratara de mostrarme el aluvión de procesos cognitivos inconscientes, el ingenio resultaría más atractivo…, pero tampoco, gracias. En adentrarnos de veras en el misterio, grabado a fuego en la mente y en el cuerpo, que nos hace soñar cosas raras, recordar la exacta filigrana del papel pintado del cuarto de cuando niña, cobijarnos en una metáfora, enamorarnos del hombre equivocado o permanecer en la habitación (incómoda) del “no saber sabiendo”, reside buena parte de la salsa de vivir una consigo misma y en danza –este vals donde tropezamos– con lo demás y los demás. Famosa es la cita junguiana: “Hasta que no hagas consciente lo insconsciente, éste dirigirá tu vida y lo llamarás destino”. Y diría María Zambrano: “Solo cuando el hombre acepta íntegramente su propio ser comienza a vivir por entero”. Tela. La gracia de hallarse y perderse en tales trochas no la presta una máquina.
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