Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Mucho se habla y canta de la Sevilla perdida, en continuo derrame de sí misma: de los patios que ya no son, los palacios que ya no están o los solares que albergaban cines de tapia y salamanquesa, ahora convertidos en nuevas promociones (primeras calidades) de apartamentos con porterillo inteligente. Poco se habla en cambio de que se están perdiendo esas ventanas de bajos donde se despachaban gominolas, otras que vendían tercios, otras donde susos y bocadillos de carne con tomate para empapar la papa o matar la gusa de glucosa que abre el pitillo. Ventanitas de desavío o bareto, de kioskos o estanco repentino, con aire de celosía de convento inverso, tras los cuales alguien en la penumbra despachaba cosas menudillas. En la ciudad y en los pueblos: se están perdiendo estas ventanitas. Y es una pena.
Porque las ventanitas de despachar latas, papas y bocatas tienen algo –su aire clandestino, su hechura de confesionario– de agujerito negro en el que, si entras en su órbita, no puedes irte sin pillarte algo. Desde el XVI, en Florencia y otras zonas de la Toscana, las buchette del vino despachaban mollate por ventanucos. Como con el coronavirus –que revitalizó el despacho de bebidas o tarrinas de caracoles por ventanilla; qué lástima dábamos los parroquianos haciendo cola–, con la peste de 1630 las ventanitas del vino se pusieron a tope, pues permitían venderlo manteniendo la distancia social.
Leo en este su diario que ahora ha vuelto, aunque de otra guisa y signo, la cosa de que te despachen por un boquete. En el cogollo de Sevilla acaban de abrir una cafetería-agujero –dicho sea literal y metafóricamente–, de estética empíricamente feísta, en la que te sirven cafés (y matchas y frappés y toppings y otras palabras que tampoco sé qué significan) a través de una especie de butrón. Hay quien piensa que esto es el no va más, la modernura padre, lo nunca visto. A tales descubridores de mediterráneos les informo de que, hasta hace nada, las ventanitas de las deshoras daban cobijo callejero a la España que madruga y, ante todo, a la Sevilla que trasnocha. Por lo visto, también las buchette florentinas vuelven a estar de moda. En ellas se despachan a los turistas helados y vinos en vasos de plástico. ¡Y a qué precios! Ni en Sevilla ni Florencia es lo mismo lo que ahora se despacha, se ve y se vive a ambos lados de la ventanita de las chuches y el desavío.
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