EDITORIAL
Policía Local de Sevilla: un conflicto enquistado
Cuando en marzo de 2001 el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, anunció su decisión de suspender el Servicio Militar Obligatorio, la famosa mili, todo el mundo daba por hecho que era una medida de no retorno. Los profundos cambios sociales y políticos que España había experimentado con la Democracia, más la necesidad de profesionalizar y modernizar las Fuerzas Armadas para adecuarlas a las nuevas necesidades de la defensa nacional y a nuestra participación en la OTAN y la ONU, no dejaban dudas de que la mili era un modelo obsoleto que solo servía para generar malestar en una juventud que, por entonces, tenía una fuerte conciencia pacifista. Pero los tiempos han cambiado y en los últimos años vemos cómo los países de nuestro entorno, algunos de gran preso en Europa, están regresando a diversos modelos de servicio militar obligatorio o voluntario. Es el caso de Alemania, Austria, los Países Bajos o, hace unos días, la mismísima Francia, el único país de la UE con armamento nuclear. Las razones de este regreso a la mili son claras: la amenaza rusa, cada vez más agresiva, y la negativa de EEUU a seguir sufragando la defensa europea. El Viejo Continente debe invertir más en armamento, pero también en generar bolsas de reservistas que permitan un esfuerzo bélico prolongado y que sirvan como disuasión de las ansias expansionistas de Putin. Quitando algunos tímidos conatos, en España aún no se ha producido el debate sobre el regreso de la mili y, con el actual Gobierno –apoyado por fuerzas nacionalistas o claramente antimilitaristas–, es muy difícil que se dé. Pero entra dentro de lo previsible que las grandes potencias europeas que ya están movilizando a su juventud no permitan nuestra pasividad al respecto. Hay que ser conscientes de que si España quiere ser solidaria con la defensa europea, tarde o temprano tendrá que abordar el debate de algún tipo de mili. Lo contrario es engañarnos.
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