Mancha Real-Torre Pacheco

14 de julio 2025 - 11:55

Vivo en un pueblo llamado Mancha Real, que en el año 91 se vio arrastrado por unos terribles sucesos que abrieron todos los noticieros nacionales. El pueblo, levantado embravecido, salió a la calle a manifestarse, lleno de rabia contra un clan gitano que existía en el pueblo. La chispa que prendió la mecha fue el asesinato cruel de los miembros de este clan a un vecino de Mancha Real y el espeluznante relato de como su mujer e hijos salvaron la vida de milagro, saltando por el balcón de madrugada, mientras al padre de familia era apuñalado sin piedad por varios miembros.

Desde aquel fatídico febrero del 91, Mancha Real, mi pueblo, tiene la triste etiqueta puesta del racismo. Y aunque hayan pasado más de tres décadas desde aquel día, seguimos siendo “el pueblo de los gitanos” en muchos sitios. Sin embargo, alguien que visita Mancha Real, comprueba que es un pueblo abierto, que por su ubicación y servicios recibe mucha población foránea de otros lugares y donde conviven en armonía varios grupos de personas de distintas etnias o nacionalidades sin que se persiga, señale o discrimine a ningún individuo.

Entonces ¿cómo es posible que un pueblo donde vive en paz la gente de diferentes culturas llegue a ser conocido a nivel nacional como un pueblo racista? Las gentes de Mancha Real no salieron a la calle por el hecho de ser gitanos, sino porque el asesinato de un vecino inocente no era más que la gota que colmó el vaso de la paciencia de un pueblo cansado de robos, de violencia, de actitudes intimidatorias y de una ley paralela que este clan estaba imponiendo en el pueblo, con la permisividad de las mismas autoridades que, toda vez que todo estalló, no dudó en colgarnos el sambenito del racismo.

En Mancha Real no se persiguió ni apaleó a nadie, puesto que los cobardes asesinos habían huido del pueblo. La manifestación fue de rabia, de impotencia, de demasiado tiempo con los dientes apretados callando y si, hubo altercados menores por parte de gente que sin poder contener la rabia, violentó algunos domicilios vacíos del clan gitano. Pero todo dio igual. Los noticieros hablaban del pueblo racista. Los titulares se cebaron con los vecinos. Hubo una oleada político mediática que presentó como verdugos a las víctimas y a como una suerte de héroes románticos a los asesinos.

Este fin de semana, las imágenes de Torre Pacheco donde la gente hastiada salía a la calle de forma espontánea me han recordado mucho a esos días. Porque al margen del efecto llamada que las RRSS han provocado hacia los movimientos ultras que se desplazaron a Murcia a la 'caza del morito', lo que lleva a un pueblo a levantarse contra unos individuos de una raza concreta, no es que cinco chavales se dediquen a apalear por diversión a un anciano. Lo que lleva al pueblo a levantarse de forma espontánea contra un determinado grupo de población es que esta, con la permisividad de las autoridades, impone su ley paralela ocupando los espacios comunes, rompiendo la convivencia a base de hurtos, peleas y toda clase de abusos, protegidos por esa invisible capa que les protege de cualquier ataque, como es la capa de racismo.

Y cuando el estado falla por la permisividad, el pueblo estalla. No tengo la menor duda que Torre Pacheco, un pueblo donde la tasa de población inmigrante es realmente alta, en su mayoría es gente trabajadora que convive en paz con sus vecinos, sean de la nacionalidad, etnia o cultura que sea. Siempre habrá quien se sienta más o menos cómodo en Torre Pacheco o en Mancha Real. Pero la gente normal está en su día a día con su trabajo y su vida sin pensar si el vecino del segundo se llama Mohammed o Manolito. Es cuando a su hijo le roban el móvil. Cuando su hija vuelve aterrada a casa o cuando a su padre lo apalean sin que desde los resortes del Estado se tomen medidas ni preventivas ni coercitivas, cuando sale a la calle en defensa propia. Más aún si se siente respaldado por sus vecinos.

Tristemente, es políticamente correcto decir que los españoles somos racistas por los hechos acontecidos. Es una salida tan fácil como repugnante usar la rabia de la gente para el aprovechamiento político, señalando a la ultraderecha y convirtiendo a gente normal en racistas o nazis. Pero hay quien sigue sin querer ver que el problema no es la raza o nacionalidad en sí lo que hace que la gente estalle cada vez en más sitios. Se trata de un sistema en el que se protege a quien delinque. Se trata de una cultura empeñada en romantizar la delincuencia de ciertos colectivos. Y todo parece ideal hasta que es tu casa la okupada, tu padre al que han apuñalado por un móvil o a tu hija de 12 años a la que han violado entre 4 o 5 tipos. Y sientes que el sistema, en lugar de defenderte, protege al que ha delinquido. Y ves como un invisible manto de silencio cubre a los delincuentes, dejándote esa rabia, esa impotencia e indefensión que cuando se acumula, hace saltar a la sociedad a la que luego le colgamos el sambenito.

No es casualidad. No es racismo. Hace unos años fue Mancha Real. Hace un mes fue Marcilla. Hace quince días Alcalá de Henares. Esta semana ha sido Torre Pacheco. Igual lo que debemos preguntarnos en lugar de si somos un país racista es si el sistema nos protege como es debido.

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