La sábana de Turín

10 de agosto 2025 - 03:10

Recientemente, la Sindone de Turín ha vuelto a la actualidad por una reconstrucción en 3D, de la que su autor, un diseñador brasileño, infiere que la imagen de la sábana no se obtuvo por imposición de la tela sobre un cuerpo, sino sobre un bajorrelieve. Desde la diócesis de Turín le han recordado los numerosos estudios que sostienen la posible autenticidad de la prenda. Allá por el 88 del siglo pasado, el Vaticano autorizó una datación por carbono 14 que situaba el origen de la sindone entre los siglos XIII y XIV. Lo cual no ha sido obstáculo para que análisis posteriores (rayos X, trama de las telas, etc.), sugieran lo contrario. El hecho incontestable es que la Sábana Santa de Turín es un objeto fascinante que ha bastado para propiciar el nacimiento de una disciplina –la sindonología– dedicada a su exclusivo estudio.

Casi tan misterioso como el posible origen divino de la sindone, es su probable naturaleza terrestre. Si no se trata de una fotografía de Jesús de Nazaret, ¿quiénes y cómo fabricaron este negativo altomedieval, cuya factura aún sigue siendo objeto de asombro? Estaríamos, en tal caso, ante una refinada falsificación con más de seis siglos de antigüedad. Recordemos que las falsificaciones de entonces eran, en su mayoría, modestas reliquias (huesos, maderas, clavos) traídas, supuestamente, desde Tierra Santa. Es a partir de Petrarca; y sobre todo, a partir de Lorenzo Valla, cuando la filología y la historia comienzan a revelar los engaños y falsificaciones documentales. Será Valla, por orden de Alfonso V de Aragón, quien refute escrupulosamente la supuesta Donación de Constantino al papado. Esto ocurría en 1440; vale decir, casi por los mismos años en que, según el carbono 14, se produce la extraordinaria imagen de la sindone.

El hecho mismo de que la sábana aún sea motivo de discusión –una discusión de carácter técnico en la que entran las semillas de Judea y el trenzado del lino– es prueba de la inusual pericia con que se fabricó tal reliquia. Un reliquia cuya existencia uniría, como por milagro, la árida Palestina del siglo I con la Italia del primer Renacimiento.

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