Las noticias sociales y políticas no dejan a nadie indiferente a poco que uno le preste la atención que merecen. Sorprende enormemente que aparezcan casos de gente que aprovechando su servicio político hayan jugado con la vida de las personas en una situación de vulnerabilidad extrema. Personas que, según parece, han vivido bien a costa de otras vidas; parásitos de un sistema corrupto desesperanzador contra el que no somos capaces de rebelarnos porque lo personal sigue estando muy por encima del bien común.

El sentimiento de indignación es de fácil gestión, sobre todo si nos deja anclados en la pasividad desde la cual solo podemos criticar a esa gente mediocre sin que peligre lo propio, ese lugar desde el cual, como en un palco de fútbol, todos tenemos claro cómo y de qué manera deben jugar por el dinero que están cobrando. La indignación se digiere bien hasta que llegamos a acostumbrarnos a que se repita mientras, al mismo tiempo, nos contamos el cuento de que nada podemos hacer.

Seguimos sin darle el valor que merece a cada grano de arena que conforma la majestuosidad de una montaña, a cada gota de agua necesaria para poder beber, a cada voto que nos permite, como mínimo, tomar una decisión. Se ve que no llevamos tan mal que se burlen de nosotros como lo están haciendo unos y otros, se ve que es mejor seguir el refrán que reza “virgencita que me quede como estaba”. Pero es que el asunto es peor aún porque ¿con qué nos estamos conformando? ¿Con lo mínimo de lo mínimo? Me gustaría pensar que las palabras siguen sin perder su carácter performativo, transformador, y que algún lector, de los que leen, se le abran los ojos y la vida hasta tal punto que pueda tomar decisiones en lo concreto y cercano. Es aquí, a mano, donde descubrimos el mayor poder personal y la fuerza colectiva.

No hay que perder el tiempo hablando, porque ya se sabe “a mucho hablar, poco obrar”. Hay que ser consecuentes y coherentes para tener donde asir nuestras palabras cuando a otros le indicamos lo que deben de hacer. Sin duda alguna, este tema duele pero a mí también me entristece. ¿Qué tipo de vida tendrán estas personas para llenarlas a costa de la fragilidad de otras? ¿Qué valores le enseñaron, qué educación recibieron, desde qué supuestos viven? Lamento enormemente lo que sucede, pero sobre lo que más me hiere es el sufrimiento causado a tantas personas inocentes.

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