Si fuese dictador

Su propio afán

26 de julio 2025 - 03:13

Nadie más liberal –en el sentido originario de la actitud que defendía Marañón– que el poeta Mario Quintana. Normal que fuese tan risueño quien nació en Alegrete y vivió en Porto Alegre. Como soy de El Puerto de Santa María no me quedo atrás. Pero Quintana me sirve de justificación porque hasta él se permitió enfadarse muchísimo en una ocasión. Arranca un poema así: “Fuera yo dictador por 24 horas / y proclamara enseguida el estado de guerra, el estado de sitio, el estado de coma, la puñeta…” ¿Y eso? “Sólo / para extinguir los ases del volante”.

Con la cobertura moral del maestro, confieso que si yo fuese dictador durante 24 horas declaraba el estado de sitio contra el vandalismo. No lo soporto. Acabo de ver desde mi moto, al otro lado de la autovía, a cinco o seis jóvenes orinando a las siete y media de la tarde a plena luz contra la fachada de uno de los restaurantes más reconocidos de mi pueblo. Ahora veo en rojo y soy incapaz de pensar en nada más. Han arruinado mi día.

Pocas cosas degradan tanto una comunidad como estos microatentados contra la higiene, el decoro y la estética. Vi como mi mujer y su hermano hacían cuentas para pintar la fachada de una casa histórica que tienen en el centro, pidieron autorizaciones, las esperaron, pagaron tasas, buscaron sin descanso unos pintores, que cobraron lo suyo, esperaron a que terminasen y, al segundo día de tener la fachada lista, amaneció llena de pintadas. De pintadas feísimas. No han pasado tres meses y ya está tan impresentable como hace dos años. No lo cuento porque sea mi cuñado, ojo, sino porque he podido ver desde la primera fila el trabajo y el dinero tirado a la basura. Y lo que más se tira a la basura es el espíritu de los que vandalizan. Decía Nicolás Gómez Dávila que el escupitajo que cualquiera echa a algo noble o bello o bueno habría, en puridad, que limpiárselo del rostro al que escupió. Una sociedad que no corta de raíz el vandalismo permite que muchos simples, llevados por la corriente, se degraden en gentuza. Por supuesto, también habría que perseguir el feísmo patrocinado por los políticos en rotondas y monumentos, que ahí se anda, pero eso es otro artículo. Con más urgencia, tendríamos que ser durísimos con los que rompen, ensucian, desordenan y afean nuestras calles. Por ellos mismos, para empezar.

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