Magdalena Trillo

La receta Aneca

La colmena

30 de julio 2025 - 03:08

Es un círculo vicioso. Para quien tiene talento y ambición profesional, hacer carrera política es una pérdida de tiempo: nunca te harás rico, acabarás en el mantra de “todos son iguales” y, si te despistas, terminarás contagiado por la mediocridad y los atajos que siempre rondan el poder. ¿La vocación de servicio público? Más que sobrevalorada. Hasta el todopoderoso Elon Musk la ha probado –y descartado– tras deambular por el Despacho Oval. Perder millones a golpe de trumpadas no hay cuenta que lo soporte. Puro pragmatismo.

Ni dinero ni prestigio. En el último barómetro del CIS, la corrupción se dispara como principal problema para los españoles, por encima incluso de la vivienda. Que los partidos políticos, que sus protagonistas, se hayan instalado en el imaginario como preocupación estructural enlaza con los informes internacionales que valoran las diferentes profesiones. El de Ipsos, por ejemplo, dice que 7 de cada 10 españoles desconfían de los políticos, con peor imagen hasta que los influencers.

Con este panorama, no me digan que no tiene que ser complicado para una universidad buscar candidatos. En la UNIR se emplean a fondo; su guía sobre qué estudiar para dedicarse a la política está en lo más alto de Google. Les resumo: se necesita formación académica, habilidades prácticas y compromiso social. No basta con el interés: hacen falta conocimientos en Políticas, Derecho o Sociología y competencias como oratoria, negociación y liderazgo. En tiempos de polarización, siempre es recomendable una especialización de posgrado (vía máster) y, por supuesto, cultivar la “proyección de la imagen pública” a través de las redes sociales.

Justo esto último es lo que mejor sabe hacer (¿lo único?) Noelia Núñez, la diputada del PP que ha querido ser “ejemplar” y “coherente” dimitiendo al saberse que falseó su CV. Ni tenía doble grado ni le faltaba sólo el TFG. Empezó y ahí se quedó. Pero no es una excepción (llevamos una semana con el “y tú más” de las mentiras curriculares) ni será la última. El problema no es de titulitis, sino de honradez. Nos hacen falta profesionales en las instituciones (y en los partidos) que vayan rectos por la vida, sepan lo que cuesta ganarse un sueldo (sin la red de lo público), defiendan los derechos de todos y nos hagan la vida más fácil. Eso sí es vocación. Y para eso no hace falta un máster en Oxford. Mientras logramos que los mejores (de verdad) vayan a la vida pública, sugiero la receta Aneca: no hay mérito que valga sin papelito (certificado oficial).

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