Sucesos

Crónica negra (IV): doble filicidio en Cazorla a finales del siglo XIX

Recortes del periódico El Conservador de Jaén sobre el filicidio de Cazorla

Recortes del periódico El Conservador de Jaén sobre el filicidio de Cazorla

Todo periodista lo sabe: por mucha experiencia que uno acumule o por mucho olfato de sabueso del que goce, a veces cazar una noticia de las llamadas jugosas depende de una circunstancia tan simple como decisiva: estar en el lugar adecuado en el momento preciso. En septiembre de 1897, el periódico El Conservador de Jaén envió a su reportero Olam a Cazorla para cubrir la feria de la capital del Alto Guadalquivir. Se trataba, seguramente, de escribir unas notas al uso, unas crónicas pimpampunescas, sin complicaciones ni barroquismos, para cumplir canónicamente la tarea encomendada. El periodista firmó dos columnas en el ejemplar del día 27. La primera, entre las páginas 2 y 3, fue su última noticia sobre los festejos cazorleños. La segunda, seguida de la anterior, fue el relato de un crimen: la madrugada posterior al cierre de la feria, un hombre, Miguel Amador, mató a sus dos hijos, de 13 y 8 años, e intentó lo propio con su mujer, aunque no lo consiguió.

El caso es otro más de los episodios de la crónica negra jiennense que el paso y el peso del tiempo sepultaron en un rincón oculto del ayer. Si hoy conocemos algunos de sus detalles es gracias a una casualidad: un cronista con firma de aroma a nicotina cara y trasnoche pasaba por allí y oyó la historia. Escribirla era inevitable -será eso que llaman instinto-; darla a conocer a una sociedad aún conmocionada por los ecos del mediático asesinato de la calle Fuencarral, en Madrid, resultaba obligatorio. Olam no se anduvo con chiquitas para titular su texto: Crimen horrendo.

Oscuras calles de lámparas de petróleo   

Los primeros días de septiembre de 1897 estuvieron pasados por agua tras un caluroso agosto, al menos en la sierra de Cazorla, casi un siglo antes de que fuera declarada Parque Natural junto a las de Segura y Las Villas. "Con los pantalones húmedos y las botas llenas de barro" llegó Olam al municipio, según indicó en una carta publicada en El Conservador de Jaén el día 21 del mismo mes, la primera de las que envió al periódico para trasladarle sus "impresiones" sobre la feria local. Aunque la luz eléctrica ya había llegado a las calles de algunas ciudades españolas en torno a dos décadas antes, Cazorla aún estaba a la cola del desarrollo que auguraba un incipiente siglo XX. "Con sus lámparas de petróleo, las tortuosas y empinadas calles de esta legendaria ciudad presentan un aspecto tétrico y sombrío al ser ilustradas por los rayos de la luna que dibuja las fantásticas sombras de los edificios", describió el periodista.

Después de los primeros actos de feria programados, incluida la procesión del Cristo del Consuelo, el último día de las fiestas cazorleñas fue ajetreado. “Un concierto, un baile, una novillada y hasta el año que viene”, resumió Olam, antes de entrar en detalle, en el subtítulo de la carta dirigida al director de El Conservador y publicada en la edición del día 27. En embrionario estilo gonzo, el enviado del periódico al municipio contó que asistió a la primera de las tres actividades, la actuación musical, por invitación del “notable médico” Eduardo Henares, cuyas hijas Rosa y Juanita tocaron varias piezas a la guitarra y al piano, respectivamente. Al baile de sociedad, celebrado en la casa de un tal Máximo Henares, asistió “lo más selecto de Cazorla”, según un Olam que ofrece una rijosa enumeración de nombres de “las numerosas muchachas que había luciendo sus caras bonitas”. La lidia del novillo no fue estrictamente tal cosa, sino una función teatral representada por una compañía cómico-lírica. “El bicho fue muerto a manos del tenor cómico Señor Portillo, después de un sin número de sablazos como justo castigo a hacerle medir el suelo y a los acordes de la banda de música que, después de entonar un salmo a la caída del matador, ejecutó el pasodoble titulado No me mates”, narró el reportero.

Dos muertes en mitad de la noche

El trabajo estaba hecho y, aunque “disgustado por abandonar esta pintoresca ciudad”, Olam tenía intención de partir hacia Úbeda al día siguiente del fin de las fiestas. Pero la madrugada le tenía reservada la pièce de résistance de su estancia en Cazorla. “Llega a mis noticias que el vecino de esta -en referencia a la ciudad cazorleña- Miguel Amador ha dado muerte a dos de sus hijos a las cinco de esta mañana”, reza la segunda crónica que el periodista remitió al director de El Conservador aquel último día de feria.

Inicio de la columna sobre el crimen de Cazorla de 1897 en El Conservador de Jaén. Inicio de la columna sobre el crimen de Cazorla de 1897 en El Conservador de Jaén.

Inicio de la columna sobre el crimen de Cazorla de 1897 en El Conservador de Jaén. / Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España

Lo cierto es que resulta harto complicado, si no imposible, determinar la fecha exacta en la que tuvieron lugar los crímenes. Olam explicó que conoció los hechos después de haber enviado su carta con la crónica de la última jornada de festejos “y sin tiempo para ponerle -al director del periódico- un alcance ni tampoco telegrafiarle por imposibilidad de hacerlo a causa de estar la línea que pone en comunicación esta ciudad con Úbeda cortada por varios puntos”. Esto es, que, al verse obligado a informar sobre los asesinatos también por correo ordinario, este texto, como el anterior, seguramente tardó en llegar a la redacción varios días.

Pero lo importante del caso no reside en una casilla concreta del calendario. De acuerdo al relato del reportero, Miguel Amador, jornalero de 42 años que vivía con su familia en la calle Llana, se fue a la cama temprano la noche de autos junto a su mujer, cuyo nombre no mencionó el corresponsal, y sus hijos, José María, de 13 años, y Rafaela, de 8. El campesino se levantó también pronto, a las cinco de la mañana, “para dar pienso a una burra”. Acto seguido, amparado en el silencio de la noche y “armado con una azadilla de las llamadas garbanceras”, atacó a los niños mientras dormían plácidamente. Amador se ensañó con sus vástagos, y Olam no escatimó detalles en la descripción de las lesiones: “José María Amador, de 13 años de edad, presenta en la región parieto-temporal izquierda una herida intensa con hundimiento de la cavidad craneana y otras erosiones en la cara. Rafaela Amador, de 8 años, tiene en la región occipeto-parietal derecha una herida de más consideración que la de su hermano, pues, además del hundimiento y fractura del cráneo, se aprecia una herida de consideración en la masa encefálica”.

Consumados ambos crímenes, el jornalero también trató de acabar con la vida de su mujer de la misma forma, pero ella consiguió ponerse a salvo encerrándose en una habitación. “Después de ello -el asesino- se dio precipitadamente a la fuga, sin que a la hora en que trazo estas líneas le haya dado alcance la Benemérita, que, acto continuo, salió en su persecución”, escribió el periodista. Miguel Amador había desaparecido, como si de un fantasma se tratase, en el confuso entramado de calles estrechas y serpenteantes, igual que las largas patas de un insecto, apenas iluminadas por las débiles llamas de las lámparas, que titilaban en confusa y primitiva coreografía. Mientras se trataba de echar el guante al criminal, el Juzgado empezó a instruir diligencias. 

Heridas "mortales de necesidad"

Olam, que no dudó en personarse en la casa escenario del suceso, explicó en su misiva que, a la vez que él recopilaba datos para escribir su noticia, los médicos Hidalgo de Torralba y Salcedo estaban “practicando la primera cura” a los hijos de Amador, a quienes trasladaron al hospital “en estado grave”. Llama la atención el hecho de que, aunque los menores aún seguían vivos cuando el reportero redactó su carta, este no dudó en darlos ya por muertos en el párrafo inicial. Se entiende, en cualquier caso, que esto último es lo que acabó ocurriendo poco después. No en vano, Olam destacó que los médicos definieron las heridas de los niños como “mortales de necesidad”.

No se ofrece más información sobre el crimen decimonónico de Cazorla ni en esta columna del 27 de septiembre ni en ediciones posteriores de El Conservador de Jaén. Sin embargo, a falta de conocer su resolución, resulta inevitable encontrar similitudes entre este caso y el de Juan Carreño, vecino de Villanueva del Arzobispo que, la madrugada del 2 de marzo de 1943, mató a hachazos a su mujer y a sus seis hijos antes de incendiar el cortijo en el que vivían. Fueran cuales fuesen los motivos que condujeron a ambos a arrogarse el poder de arrebatar la vida, cabría dedicarles aquella frase del marinero buscavidas interpretado por Orson Welles en La dama de Shanghái (1947): “La maldad ha negociado contigo y ha impuesto sus condiciones”.

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